abril 13, 2015

21.-



Después de pasear por las montañas azules, comenzaste a besarme profundamente, tus labios húmedos se convertían en mi deleite, aquella delicadeza propia de tu persona se apoderaba de mí nuevamente. Ansiaba morder tus labios, tus comisuras se transformaban en una fuente inagotable de placer, en el marco de mi jardín comenzaba a acariciarte lentamente, primero tu pelo, luego tu cuello, tus hombros, nuestras manos se entrelazaban como símbolo de victoria. Nos posamos frente a mi historia, tras tu espalda, nos observaban como testigos Marx, Simone de Beauvoir, Cortázar, testigos que ambos conocíamos de sobra. El cielo comenzó a llenarse colores móviles, el amarillo poseía una luna y tú la observabas perpleja entre el placer y el universo de tus ojos. Cuando volviste, tus movimientos se coordinaron de manera perfecta con aquella triste canción, tus senos, tu espalada, tus clavículas, tus costillas eran un todo orgánico que danzaba bajo un haz de luz. Mis pensamientos y mi cuerpo te deseaban como la primera vez, y mi corazón al ritmo de sus latidos me decía nunca la dejes ir.